Thiago, un niño peruano de solo cuatro años, enfrentaba una batalla contra un sarcoma maligno de cuarto grado, un cáncer agresivo que lo alejó de su infancia y lo sometió a dolorosas sesiones de quimioterapia. Pero un encuentro inesperado con el Papa Francisco durante su visita al Perú marcó un giro en su historia: días después, los médicos confirmaron lo imposible.
La lucha de un padre y la fe que no se rinde
Pedro Emerson Otero de la Cruz, padre de Thiago, recuerda con dolor aquellos días en los que veía a su hijo debilitarse. «No caminaba porque se le había paralizado medio cuerpo. Íbamos al INEN para sus quimios. Ver cómo se le quemaba su cuerpito por las medicinas… a veces solo podíamos llorar», relata.
La noticia de la llegada del Papa Francisco al Perú encendió una luz de esperanza en la familia. Entre lágrimas y risas, Pedro bromeó con su esposa: «El Papa está viniendo exclusivamente a curar a Thiago». Con esa fe, salieron a buscarlo en la avenida Brasil, pero la multitud era inmensa y el Pontífice pasó sin verlos.
El llamado que lo cambió todo
De vuelta en casa, frustrado y exhausto, Pedro escuchó una voz clara que lo impulsó: «Ve a la Nunciatura». Sin dudarlo, despertó a su esposa, prepararon a Thiago y partieron. Pese a no estar en ninguna lista de invitados, su insistencia y la compasión de los presentes les abrieron paso. Lograron ubicarse en la quinta fila.
Horas después, el Papa Francisco los miró, se detuvo y bendijo al pequeño. Según Pedro, sus palabras fueron: «Anda a tu casa, tu fe te ha sanado, hijo mío».
El milagro confirmado
Semanas más tarde, en una consulta rutinaria, los médicos dieron la noticia que parecía imposible: Thiago ya no necesitaba quimioterapia. El cáncer había desaparecido.
Pedro, con el corazón agradecido, asegura: «Si hubiera tenido el dinero para viajar a Italia, lo hubiera hecho solo para agradecerle. Pero esto me enseñó que el dinero no es lo más importante. Hay gente con recursos que no puede salvar a su familia. Nosotros tuvimos fe».
Hoy, la historia de Thiago es un testimonio de esperanza, amor y un momento divino que desafió cualquier pronóstico médico.