En los últimos meses, se ha observado un aumento preocupante en la creación de videos falsos generados por inteligencia artificial (IA) que muestran a mujeres en bikini fingiendo participar en entrevistas callejeras. Estos contenidos, que parecen hiperrealistas, son en realidad completamente fabricados mediante herramientas como el programa VO3 de Google. Lo que resulta más perturbador es el hecho de que estos videos suelen incluir comentarios obscenos y perpetúan un contenido sexista que refuerza estereotipos dañinos.
La producción masiva de este tipo de material responde a incentivos económicos impulsados por las plataformas digitales que premian el contenido viral con recompensas monetarias. Este fenómeno ha dado lugar a una industria emergente de «influencers» artificiales que generan contenido sexualizado de baja calidad visual, pero con un alto alcance en redes sociales como Instagram y TikTok. Este entorno no solo desplaza a creadores de contenido auténtico, sino que también normaliza imágenes sexualizadas y falsas que contribuyen al desarrollo de una cultura digital tóxica.
Expertos en ciberseguridad han expresado su preocupación por cómo estos videos deterioran la confianza en la representación visual. Aunque la inteligencia artificial no provoca la misoginia, sí amplifica el sexismo preexistente en la sociedad. Estos videos no solo buscan captar la atención del público, sino que también redirigen tráfico hacia páginas o aplicaciones destinadas para adultos, lo que convierte este problema en un desafío tanto tecnológico como social y cultural.
Este fenómeno pone de manifiesto la necesidad urgente de abordar el impacto de la desinformación en línea y la creación de contenido no verificado. La normalización de estos videos falsos no solo erosiona la calidad del contenido en la superficie, sino que también refuerza actitudes que perpetúan la desigualdad de género y el sexismo. A medida que avanzamos, es crucial desarrollar estrategias que contrarrestar estos efectos perjudiciales y promover un entorno digital más saludable.
La comunidad digital y los reguladores deben colaborar para abordar los problemas subyacentes que alimentan estas prácticas nocivas, garantizando un entorno en línea que respete la dignidad de todas las personas.
Fuente: El Comercio