Esther Rodríguez Huamán es el nombre de una mujer que, huyendo del terrorismo en Ayacucho hace más de 40 años, ha logrado crear un auténtico oasis en San Juan de Lurigancho. Este terreno árido, transformado en una «selva escondida», alberga hoy más de 100 especies de árboles, muchas de ellas provenientes de la Amazonía, constituyendo un ecosistema urbano único en la capital peruana.
El proyecto comenzó ante la necesidad de alimentar a sus siete hijos, convirtiendo su primera planta en un símbolo de resiliencia. Utilizando técnicas de cultivo como los andenes incas, Esther adaptó su trabajo a las difíciles condiciones del terreno, logrando un espacio que no solo mejora la calidad del aire en una zona densamente poblada, sino que también sirve como un centro de educación ambiental y refugio de biodiversidad.
En la actualidad, sus hijos se encargan de la administración de este lugar, donde han mantenido y ampliado el área a pesar del clima seco de Lima. La selva incluye árboles frutales como mango, naranja y lúcuma, haciendo de este lugar un ejemplo de cómo es posible cultivar en la ciudad. Además, se encuentran especies selváticas como café y cacao, que resaltan la riqueza de la biodiversidad peruana.
Con una extensión aproximada de 4,000 metros cuadrados, la «selva escondida» no solo ofrece un espacio de esparcimiento, sino que también se ha convertido en un atractivo turístico. Los visitantes pueden disfrutar de senderos, un puente colgante y actividades gastronómicas de la Amazonía, lo que contribuye a la riqueza cultural y culinaria del país.
Más allá de los beneficios ambientales, esta iniciativa proporciona una regulación de la temperatura y mejora la humedad en el área, lo cual es crucial para reducir las enfermedades respiratorias en un distrito con altos niveles de contaminación. La educación ambiental promovida en este espacio también incide positivamente en la salud mental de los habitantes de San Juan de Lurigancho, ofreciendo un respiro en medio del ajetreo urbano.
La historia de Esther Rodríguez es una muestra del impacto que una sola persona puede tener en su comunidad, transformando un espacio olvidado en un símbolo de esperanza y naturaleza. Su legado continúa creciendo, agradeciendo al esfuerzo familiar por ofrecer un refugio de biodiversidad y bienestar en la ciudad más poblada del país.
Fuente: La Republica









